Amanda no resistió más. Intentó todo. Cambió sus gafas de marco grueso, depilación laser, un leve alargamiento de pestañas y extensiones, de esas que se agregan al pelo y lo hacen ver disparejo y sin vida. En apariencia, eso no bastaba. Miguel ya no era fácil de seducir, la esquivaba y su miraba se perdía en los contoneos de la que quisiera pasear con él en su moto.
La estrategia para remediar su desventura era el conjuro de "amor inquebrantable". El hechizo, lograba no solo que Miguel dejara de fijarse en otras mujeres, sino ligarlo a ella para siempre.
Una tarde, fue a la plaza de El Restrepo. Allá encontraría una tortuga miniatura, miel de salvia, dos puñados de azafrán y una onza de cúrcuma. Para completar la dudosa mezcla, debía añadir una foto de Miguel cortada en cruz. Tendría que licuar, verter el contenido en una taza de vidrio y dejarlo dos noches de luna nueva en el patio de su casa.
En el libro de conjuros decía claramente: a la tercera noche, deberá bañarse con la mezcla y un poco de agua tibia. Ella, tan olvidadiza e incrédula, se bañó a la cuarta luna. Entró la bella mujer a la tina y salió transformada. Un pequeño caparazón cubría su arrugado y elástico cuerpo.
Miguel llegó a su casa a recoger ropa y otras pertenencias que los novios intercambian. Al entrar, en el gran helecho junto a la puerta, había una tortuga que lo miraba fijamente. Asombrado por la presencia del animal, buscó a Amanda por cada rincón de la casa sin respuesta alguna. Saliendo, encima de la caja con sus chécheres, puso a la pequeña tortuga, pensando hacerla su mascota. Sería el único recuerdo vivo que tendría de su ex novia.
En un acuario, junto a un Beta, un Payaso y un pez Dorado, Amanda tiene una gran panorámica: el cuarto de Miguel, desde donde puede vigilar sus andanzas muy de cerca, sin temor a ser descubierta.